17.4.10

Ella y sus lágrimas

Ella daba pequeños golpecitos contra el volante esperando a que se pusiese el semáforo en verde.
La resaca de anoche le estaba destrozando el cerebro, sólo quería tirarse a la cama y dormir más.
Pero ahí estaba ella, a las 12 de la mañana, metida en el coche.
Un grupo de colegialas cruzó el paso riéndose y gritando.
" ¿Pero qué...? " pensó ella. " ¿Qué puta hora es? "
Miró el reloj. Bien, las 2, no era tan pronto como ella creía... definitivamente, necesitaba dejar de salir de noche de una vez.
El muñequito verde de los peatones empezó a parpadear. " Venga...¡venga! "
Muñeco rojo para los peatones. Luz verde para los coches. " ¡Por fin! "
Recorrió velozmente las calles, los coches pitaban e incluso le pareció oír algún que otro insulto.
Paró enfrente del edificio que buscaba... ¿Cuántas veces habrá estado allí?
Apagó el motor y cogió la carta, que reposaba en el asiento del copiloto.
Miró fijamente el portal, después la carta y por último el espejo retrovisor.
" Vaya pintas que llevas maja... " Sacó su estuche de maquillaje. Un poco de colorete, rimel y aquel color carmín que tanto le gustaba a él... el chico de la foto.
Bajó del coche y fue hacia el portal.
3º izquierda. Jamás se olvidaría de esa casa.
Acercó su dedo hasta el timbre... " Venga... no seas miedica... ¡llama! "

- ¡Jajajajajajajaja! Oh, que bobo eres cariño...

Aquella voz femenina era irritante y empalagosa.

Ella no hizo nada. Parecía que su sangre hubiese dejado de circular y que sus músculos se hubiesen paralizado.
Él estaba con otra... una de sus muchas amigas, aquellas con las que él disfrutaba pasando alocadas noches con un mero " Adiós, hasta nunca. " por la mañana.
Bajó lentamente las escaleras, metió la carta en el buzón de aquel chico y salió a la calle sin soltar ni un solo suspiro.
Cuando el viento azotó su melena, las lágrimas negras comenzaron a manchar sus mejillas.
Desesperada comenzó a buscar en su bolso. Sacó su mechero rojo y el pitillo que siempre llevaba encima.

Una mano agarro su muñeca cuando acercaba la llama al cigarro y la hizo girar sobre sí misma.
Una dulce sonrisa dijo:
- ¿Tú no habías dejado de fumar? - Sus cálidos ojos miraban fijamente a los suyos. - Te he echado de menos, gorda.


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